Monday, January 08, 2007
Ingmar y su clavél
Conocemos todos el poder de las flores, el encanto de sus colores, o la fuerza de sus fragancias para aquellos que huelen más que tocan o miran. Descubri otro de sus encantos en un momento delicado de mi humor setimental: el recibir una flor de parte de un vendedor de flores, al prepararme él mismo un ramo de flores que yo quise regalar a quien ya no se lo merecia en aquel momento. El clavel surgió ante mí, bondadosamente ofrecido por un alma empática al verme sangrar mis ganancias para un ramo que acabaría marchitando en la propria tienda, olvidado o despreziado por la persona que más queria. Ese clavel, solitário y blanco, era más luminoso que las tantas flores coloridas que yo mismo escogí con la patética estratégia de enternecer a quién tán repentinamente se negó a mí. El clavél ni siquiera tenia esa postura que se espera de un clavél: derechito y firme, cual bailarina rusa cuyo sueldo depende de su graciosa luta contra la gravedad. No, el clavél colgaba hácia el lado izquierdo, como ya cansado de tener que soportar la pena de su destinatário. Sin quejarse, aguantó mi peso y me devolvió un embrión de sonrisa. Ingmar y su clavél, otro capítulo de mi vida en esta ciudad.
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